De estas veces que redescubres una obra. De estas que encuentras voces donde ni las imaginabas o colores que ni sabías que existían. De esto que piensas en un chelo con un arco enorme soplando las cuerdas o una soprano que susurra con un hilo de voz.
Ha sido extraño. Viendo la ubicación en Google sabía que no era ningún salón de conciertos pero cuando he llegado me he quedado un poco desconcertada. Era una casa privada, de gente de mucha pasta por lo que se podía obviar, donde lo primero que han hecho al abrirme la puerta para pasar ha sido cogerme la chaqueta. En la segunda planta, y a modo de schubertiada con sofás y sillones para el público, había un piano.
No voy a decir nada de la salvajada de programa que lleva esta mujer; lo pasaremos por alto porque sabemos que está rodando para El Chopin, pero por supuesto con cualquiera de las dos partes por sí solas hubiera sido un gran concierto.
Esta es la segunda vez que tengo la oportunidad de verla en directo y sigo pensando lo mismo: menuda bicharraca. No sólo la resistencia física y mental que tiene me sorprende, sino la magia que hace cuando canta el piano. No me quito de la cabeza las frases interminables o los pianissimos controlados al límite.
Pero me ha pasado otra cosa curiosa, número no sé cuántos van de cosas que no me pasarían en España, y es que he conocido a un arquitecto más o menos de mi edad que me estaba comentando otras versiones del programa o de los ganadores del concurso. El tío no era músico ni había estudiado música en su vida pero…eso.
De estas veces que quieres levantarte y gritar. De estas veces que miras al de al lado por si ve que se te ha caído alguna lagrimilla. O de estas que simplemente, necesitas unos segundos para bajar a la Tierra.