Virtuosismo. Técnica. Más virtusismo. Más técnica. Músculos, torsos, movimientos, acrobacias, ritmos…cultura. La riqueza de esta cultura y de este tipo de danza. Rozando la danza africana, con una calidad y musicalidad terribles, presumía todo el elenco de una flexibilidad enorme y un deleite de combinaciones rítmicas al lado de los percusionistas que a cualquiera atrapaba. Aunque las viejas dijeran que estaban cansadas de tanto tamborcito.
Después de un descanso de dos euros por una bolsa de patatas en la cafetería, vino la segunda parte y me llevaron de viaje a la verbena de mi pueblo. Hubo de todo, cha cha cha, salsa, mambo… Las viejas de antes estaban ahora contentísimas pero yo no sabía dónde meterme. ¿Pero a qué venía todo eso? ¿Cómo habeis podido hacer esto chicos? Claro que seguía habiendo virtuosismo y técnica pero menudo cambio tan radical. Si no llego a ir acompañada me voy. Que aburrimiento, parecía otra compañía y por supuesto otra función. Si era por completar tiempo a mí no me hubiera sabido a poco la primera parte sin más. Por no hablar de las chicas que cantaron. Ya sé por qué son bailarinas. Madre mía. Qué decepción en esa segunda parte. Tendré que someterme a un lavado de memoria para recordar tan sólo la primera. Ese virtuosismo. Esa técnica.

Obras de Albright, Schmitt y Denisov.
Aunque la música contemporánea no es mi preferida, reconozco el gran mérito que tiene interpretarla. Interesantísima la Sonata para saxofón alto y piano de Denisov, e interesantísima versión por parte de estos muchachos.
El pianista ha sabido resolver con desparpajo el marrón que tenía encima y el saxo, toca. Toca mucho. Con un sonido pleno y potente en fortes y delicadísimo en pianos ha sabido llevarnos de paseo por su musicalidad. Una pena que hubiera tan poca gente en el concierto. Contándolos a ellos y al pasapáginas, eramos tan sólo diez personas.

Como siempre, ir al Palau es un lujo. Derroche de arte por doquier y en esta ocasión, con lo que para mí es la reina de las artes, la ópera.
Literatura fabulosa por un lado, interpretaciones de una altísima calidad por otro, música suprema y cómo no, el toque de sutileza que aporta la danza.
Pasear por Valencia y ver su Ciudad de las Artes y las Ciencias es un éxtasis de emoción. Algo que nos entra por la vista y recorre nuestros sentidos hasta que parecemos pequeños en su regazo. Me pregunto yo entonces, de lo que es capaz de hacer el hombre. Semejante infraestructura que albergue semejante obra maestra: La Flauta Mágica.
Impresionante. Mucho más incluso que lo que pueda haberme sorprendido la instalación.
Una magnífica puesta en escena y músicos de la misma índole han hecho que todos los miembros del público hayamos disfrutado. Bueno no. El de mi lado se ha dormido. ¿Cómo puedes haberte dormido tío? Si no te interesaba, no haber ido. Resulta que ha habido gente que se ha quedado sin entrada por tipos como tú.
Quiero felicitar a los trompistas de la orquesta; se agradece que hayan sido exactos en todos sus ataques y no hayan estorbado en ningún momento, como muchas veces pasa y a Papageno y Papagena, que en su última escena nos han robado una carcajada a todos.
Me sentía como los del anuncio de Trivago. Rodeada de gente que ha pagado el precio de las entradas más caras y va a la ópera con su traje y su Mercedes mientras que mi entrada me ha costado la mitad de precio y yo voy con mis pantalones de Sfera y mi tarjeta de la Empresa Municipal de Transportes.
 

Obras de Brahms, Schubert, Schoenberg y Debussy.
Increíble. Qué pianista. Qué musicazo. Qué pureza, qué limpieza y que sonido…no parecía posible que ese piano pudiera sonar así. Qué derroche de calidad pianística y de musicalidad… me ha atrapado desde que ha alzado las manos hasta el último saludo. Cuánta elegancia en el gesto y en la puesta en escena. Sin duda un gran concierto con un programa enorme; variado y atrevido con ese Schoenberg para algunos “difícil de escuchar” y para otros no menos envolvente que el resto de obras.
Está claro que el salón de danza no era el adecuado para un concierto de este nivel, como tampoco lo eran las sillas tan cómodas en las que me dejé la espalda, por no nombrar otra parte del cuerpo, pero lo perdonaré por la novedad que las instalaciones permitían: la proyección en una pared del plano transversal del pianista. Muy interesante; permitía ser todavía más consciente de su perfección técnica.
Echaba de menos un buen rato de música, así que no me importó en absoluto andar por las calles de Valencia por la sencilla razón de que no tenía ni idea de la dirección a la que dirigirme y estaba totalmente perdida.

Viendo los carteles anunciadores del Ballet Pedro Cruz me esperaba ver un ballet, pero me han engañado. No ha sido más que la típica función de fin de curso de una escuela de danza. Algo de nivel tenía, pero no para adjudicarse ese nombre. Acorde sí era el sitio. Bravo por ese auditorio llamativamente acondicionado con un escenario de bolsillo.
Entre murmullos y empujones, cuando la gente puntual consigue ocupar su lugar definitivo, los músicos suben a escena y empiezan a afinar. Un saxo, tres flautas, tres violines y un improvisado clavinova con los amplificadores al máximo volumen. Qué poco juicio…sólo alcancé a escuchar dominantes y tónicas con unos gatitos de fondo. Menos mal que eran estudiantes de grado medio (alguno ya con canas) del Grupo de Cámara del Conservatorio de Música de Montijo.
Empezó el asunto con la obra “En algún lugar sobre el arco iris”, en la que cuatro chicas vestían íntegramente de blanco, algo que no era muy favorecedor debido a la palidez que la sala de por sí proporciona. He de confesar que una de las chicas, la más alta, me cautivó nada más empezar. Y fue por su sonrisa. No era precisamente la mejor bailarina de entre todas ellas pero no pude dejar de mirarla porque aquella alegría me atrapaba. Lo contrario me pasó cuando el mismo grupo y alguna chica más bailaron “Granada”. Lo siento, no tienes mucha gracia en el carácter español querida. De hecho, ninguna fue capaz de enseñarme su duende.
El grupo de niñas pequeñas me pareció técnicamente el más correcto, porque todavía no habían deformado sus battemants tendus de la forma tan horrorosa que lo habían hecho prácticamente casi todas las demás. Sí hay que reconocer la calidad de las pirouettes, la mayoría impecables.
Las chicas de los pantalones bombachos fueron sin duda las que me emocionaron. Una buena coreografía acorde con la música, y unas buenas intérpretes en este caso hicieron una combinación atractiva al espectador, igual que con la última obra: “Mediterráneo”. Un principio increíble…esas olas con manos que aparecían entre la neblina y que poco a poco nos presentaban a sus sirenas de ropas naufragadas. Enhorabuena a la solista, aunque ella ya lo sabe.
Fue un rato curioso, pero de lo que más me alegré al salir fue de que mi bici todavía conservara su sillín.