Como siempre, ir al Palau es un lujo. Derroche de arte por doquier y en esta ocasión, con lo que para mí es la reina de las artes, la ópera.
Literatura fabulosa por un lado, interpretaciones de una altísima calidad por otro, música suprema y cómo no, el toque de sutileza que aporta la danza.
Pasear por Valencia y ver su Ciudad de las Artes y las Ciencias es un éxtasis de emoción. Algo que nos entra por la vista y recorre nuestros sentidos hasta que parecemos pequeños en su regazo. Me pregunto yo entonces, de lo que es capaz de hacer el hombre. Semejante infraestructura que albergue semejante obra maestra: La Flauta Mágica.
Impresionante. Mucho más incluso que lo que pueda haberme sorprendido la instalación.
Una magnífica puesta en escena y músicos de la misma índole han hecho que todos los miembros del público hayamos disfrutado. Bueno no. El de mi lado se ha dormido. ¿Cómo puedes haberte dormido tío? Si no te interesaba, no haber ido. Resulta que ha habido gente que se ha quedado sin entrada por tipos como tú.
Quiero felicitar a los trompistas de la orquesta; se agradece que hayan sido exactos en todos sus ataques y no hayan estorbado en ningún momento, como muchas veces pasa y a Papageno y Papagena, que en su última escena nos han robado una carcajada a todos.
Me sentía como los del anuncio de Trivago. Rodeada de gente que ha pagado el precio de las entradas más caras y va a la ópera con su traje y su Mercedes mientras que mi entrada me ha costado la mitad de precio y yo voy con mis pantalones de Sfera y mi tarjeta de la Empresa Municipal de Transportes.