BALLET PEDRO CRUZ. AUDITORIO CAJA BADAJOZ

Viendo los carteles anunciadores del Ballet Pedro Cruz me esperaba ver un ballet, pero me han engañado. No ha sido más que la típica función de fin de curso de una escuela de danza. Algo de nivel tenía, pero no para adjudicarse ese nombre. Acorde sí era el sitio. Bravo por ese auditorio llamativamente acondicionado con un escenario de bolsillo.
Entre murmullos y empujones, cuando la gente puntual consigue ocupar su lugar definitivo, los músicos suben a escena y empiezan a afinar. Un saxo, tres flautas, tres violines y un improvisado clavinova con los amplificadores al máximo volumen. Qué poco juicio…sólo alcancé a escuchar dominantes y tónicas con unos gatitos de fondo. Menos mal que eran estudiantes de grado medio (alguno ya con canas) del Grupo de Cámara del Conservatorio de Música de Montijo.
Empezó el asunto con la obra “En algún lugar sobre el arco iris”, en la que cuatro chicas vestían íntegramente de blanco, algo que no era muy favorecedor debido a la palidez que la sala de por sí proporciona. He de confesar que una de las chicas, la más alta, me cautivó nada más empezar. Y fue por su sonrisa. No era precisamente la mejor bailarina de entre todas ellas pero no pude dejar de mirarla porque aquella alegría me atrapaba. Lo contrario me pasó cuando el mismo grupo y alguna chica más bailaron “Granada”. Lo siento, no tienes mucha gracia en el carácter español querida. De hecho, ninguna fue capaz de enseñarme su duende.
El grupo de niñas pequeñas me pareció técnicamente el más correcto, porque todavía no habían deformado sus battemants tendus de la forma tan horrorosa que lo habían hecho prácticamente casi todas las demás. Sí hay que reconocer la calidad de las pirouettes, la mayoría impecables.
Las chicas de los pantalones bombachos fueron sin duda las que me emocionaron. Una buena coreografía acorde con la música, y unas buenas intérpretes en este caso hicieron una combinación atractiva al espectador, igual que con la última obra: “Mediterráneo”. Un principio increíble…esas olas con manos que aparecían entre la neblina y que poco a poco nos presentaban a sus sirenas de ropas naufragadas. Enhorabuena a la solista, aunque ella ya lo sabe.
Fue un rato curioso, pero de lo que más me alegré al salir fue de que mi bici todavía conservara su sillín.

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