Mozart nº 9 y Bruckner sinfonía nº 2

Cada vez que lo pienso estoy más convencida de que tocamos como somos, y nuestra música es un puro reflejo de nosotros mismos.

Esta mujer es clara, sincera y sencilla, y no necesita nada más para ser grande. Llevaba un vestido que puede que comprara en el mercao de los viernes en mi pueblo pero me da igual, como si quiere salir en pijama. 
Parecía increíble la burbuja que creó con todo el auditorio dentro de su sonido, con unas frases simplemente fáciles y y fieles a la partitura sin ninguna aportación personal pero a la vez toda la personalidad del mundo. Me estaba enseñando el concierto como Mozart lo compuso, y no pude comprender mejor cada estructura y cada mínimo detalle. (Como Lang Lang el otro día… Juas juas).
El segundo movimiento fue escalofriante. No sé si alguien pudo respirar hasta el atacca del tercero pero lo hubiera nombrado como una de las maravillas del mundo si mis dos colegas de al lado no hubieran roncado hasta despertarse del ruido que hacían.
El bis fue un nocturno de Chopin, a modo de disculpa por haber cambiado el programa del 2º de Chopin al Mozart, pero ojalá y pida más disculpas porque nunca había escuchado un nocturno igual. Lo que decía: claro, sincero, sencillo y fiel, y nada más, como tiene que ser; porque lo que es, ya es por sí sólo.

24 de Mozart y 2ª de Beethoven.

Patético. Desde que entró hasta que salió. No sé si alguna vez había sentido vergüenza ajena en un sitio de los grandes como es este. Y qué pena que programen a este tío dos veces en la misma semana. ¿Por qué fui? Para corroborar mi opinión de que Lang Lang es un gilipollas. Sabía que no me iba a gustar el concierto, porque no me gusta como pianista ni como persona, pero había que darle una oportunidad, por si acaso. Ay que lástima de 14 libras. Por lo menos luego hubo cura de conciencia con la sinfonía, pero qué espanto.
Para empezar salió saludando como los toreros, y haciendo un gesto al público como de “tranquilos, ya estoy aquí”. Pa seguir el traje. ¿Traje? Con los botones de la camisa brillantes a lo más puro Jony, sin corbata, pajarita o lo que fuera que tocara, y con el flequillo ese largo y engominao que se lleva ahora. No podía verle los pies pero no me extrañaría nada que llevara las zapatillas que lo patrocinan. 
Empieza la orquesta y el otro a actuar. Soy yo el director y le doy con una sartén en la cara esa que tiene. ¿Qué haces payaso? Redirigiendo a la orquesta, dando las entradas, dándose las entradas a sí mismo, haciendo parasismos con una mano cuando la otra no tocaba, haciendo gestos como de pajaritos cuando había agudos, inflándose cuando tocaba pianos… O sacudiéndose la solapa de la chaqueta a lo sobrao y haciendo el gesto de flequillo Pantene. No me podía creer lo que estaba pasando ahí. Porque el asiento era detrás de la orquesta, sino me levanto y me voy. 
Tanta exageración y extravagancia me alejaba de la música, y apenas pude percibir un par de cosas. Está claro que para hacer tanta parafernalia hay que dominar mucho la partitura, y bravo por eso, pero tsss… No me interesa. En absoluto. Menos me interesa el bis que hizo, el Vals de Chopin que siempre toca para llevar al límite su exhibicionismo. Unos zambombazos al pedal… Unos golpes al piano… 
Y lo más penoso de todo fueron los “bravos” de la gente. Está visto que Lang Lang es la Belén Esteban del piano.
Me pareció un insulto hacia el concierto. Ejem, ¿do menor? ¿Seguro? Pues estamos apañaos. Un insulto al director, la orquesta y sobre todo a Mozart y Chopin. Recuerda Lang Lang: no eres ni nuca serás mas grande que ninguno de ellos

(with Paul Silverthorne, viola) Mozart, Brahms y no tenía programa.

Un sitio guay, centro cultural como tantos otros. Una sala pequeña pero perfecta para un concierto como este. Y las luces molan, jeje, azules.

Las entradas fueron cortesía del profe, lo que me parece genial y amable por su parte.

Empezando con el trío, tenían un empaste bonito, aterciopelado… Sí, agradable y también apasionado. El violín tenía un sonido dulce en general que se acoplaba muy bien a la oscuridad del chelo. Sin embargo alguna desafinación se le escapó. El piano llamaba la atención por su claridad y limpieza, por su ámbito de matices y por las líneas melódicas largas, aunque es verdad que los demás también llamaban la atención fraseando, y llegando juntos a todos los puntos.

El programa había que pagarlo, como siempre aquí, así que no me enteré del compositor de la primera obra. Era interesante, romanticismo tardío, que me hizo entrar en schock cuando después cogieron el Mozart. . . No hombre no, no me hagas eso, que desconecto y me adormilo.

Con el Brahms llegó el viola, su corbata y su coleta. No hay que juzgar por las apariencias pero ya que estamos, ¿no te parecen un poco impresentables esas pintas? Digo yo, no sé.

Para este compré las entradas con diez días de antelación. Era el último de un ciclo de conciertos que hacía Gergiev en Londres. 
No lo conocía, la verdad, y qué ignorante era. El tío es perfecto. Manejaba a la orquesta con infinita exactitud y precisión, y tela marinera como respondían con ese programa. Una exageración de difícil, no sé en cuánto tiempo lo habrán montado pero ahí hay un trabajo minucioso, nota por nota, acento por acento, bravo. 
Una orquesta muy numerosa, rondando las cien personas, que a veces parecía que rompía un poco el sonido, pero también habría que escucharla con otro tipo de música. El concertino un gilipollas, cada vez que tenía un par de notillas miraba al público regocijándose. 
Y el sitio otro auditorio-centro de arte monumental, con mil salas de exposiciones, conferencias, biblioteca, conservatorio y blablá, y algo muy curioso, que pasa desapercibido a la vista fugaz, es el órgano que está integrado en la pared del escenario.

Brutal. Desde el momento en que surgió la idea de ir hasta siempre.

Me llega un mensaje de que no trabajaba esa noche y a los dos minutos una actualización de la aplicación de entradas para estudiantes con un aviso de tickets de última hora para el concierto. Lo había visto hacía más de un mes y estaban agotadas…será el destino.
Las reservé corriendo, merendé y allí que me planté. En el pedazo de auditorio que tienen montao. Al bajar del metro no sabía muy bien qué calle tenía que coger pero no hizo falta dar mucha vuelta, lo vi enseguida por giganticismo. Qué disparate, y qué bonito.
Estaba excitada, nerviosa, entusiasmada y no sé cuántas “as” más porque iba a ver a quien se está convirtiendo en una leyenda. Sabía que tarde o temprano iría a alguno de sus conciertos pero no pensaba que fuera a ser tan pronto y con el 2do de Rachmaninoff.
Empezó el concierto con una obertura de Smetana, con la que la orquesta apuntaba maneras. Primera nota y ya estaba acojonada. Es la primera vez que escucho una de las grandes orquestas y estoy deseando escuchar la próxima. La buena música me ha despertado una especie de vicio que cada vez quiere más y mejor. Escuchaba cada uno de los violines formando uno sólo, las violas (sí, existen y son imprescindibles), los contrabajos estaban clarísimos, los vientos eran silbidos y susurros y las trompas mujeres. Calidad sencillamente.
Termina y sacan el piano al centro del escenario, toma cola, que no te falte; y aparece una cosilla canija y cabizbaja con la vergüenza que le da a un niño de cinco años. Qué curioso, pero no deja de ser un chaval de mi edad. Se sienta y sin titubeos empieza a do menear. No tengo palabras. Puede que haya quien piense que exagero, flipo o que no es para tanto pero este chico es el Horowitz del siglo XXI. Técnica más que perfecta, exacta, rítmica, sonido colocado en cada una de las butacas de la última fila, fraseo que envolvía toda la sala. Poder. Sabiduría, emoción, concentración, frialdad, “calentidad”… 
No sé, de verdad, qué más decir, pero el caso es que volví a casa pensando cuán lejos está esto del alcance de nuestras manos, los que creemos que hacemos algo de música. Era esta la verdadera música, la de los inmortales, y nosotros simplemente intentaremos seguirlos para cada día, estar un poco más cerca de alcanzarlos.