Puede que tocar las Veinte Miradas sea una de las locuras más grandes que se le puede ocurrir a un pianista. Simplemente leerlas ya me parece bárbaro, así que tocarlas en recital es para tener un par de narices.
Entramos a las 7:30 y salimos a las 10:15 con un descanso de 20′ entre medias. Yo ya no podía más, no puedo imaginar cómo terminaría el pobre. Conociendo un poco esta música, no me sorprende tanto la fuerza, los colores y el entusiasmo que le pone, sino la capacidad mental de comprender e interpretar esa partitura. Lo que más me transmitió fue inteligencia, aunque fuera también eso lo que le faltara para dejar de lado el LangLangnerismo que tiene. Demasiado parasismo innecesario, bajo mi punto de vista.